Una de
las costumbres más frecuentes entre quienes se entusiasman con la planificación
es nunca terminar con ella. Se la realiza una y otra vez perfeccionándola de
manera continua. Hay un punto en que esta actividad se come nuestro tiempo
productivo aún cuándo ya sea la hora de ejecutar.
“Los planes son sólo buenas
intenciones
a menos que degeneren en trabajo duro”
a menos que degeneren en trabajo duro”
Peter Druker
Los procesos de
planificación no son actividades que insuman poco tiempo. Sentarse a pensar por
qué se va a hacer algo, cómo se lo hará y qué pasos se darán para alcanzar
nuestros objetivos requiere una dedicación que en muchos casos puede resultar
considerable.
Como mencionáramos en ¿Cuánta Planificación Necesitamos? ésta
inversión de tiempo tiene que tener una justificación en relación con los
beneficios que obtendremos. La regla general sería tratar de hacer el plan más
sencillo posible en cada caso pero que permita cumplir con los objetivos.
Para complicarnos más el
asunto, además sabemos que no hay plan que resista el primer contacto con la realidad. Lo que Von Clausewitz llamaba
fricción en “De La Guerra” es la
causa de tener muchas veces que adaptarnos rápidamente usando al máximo nuestra
flexibilidad y otras tantas la razón
de vernos obligados a revisar nuestros planes y reformularlos. A veces por
completo.
Los planes nunca
reflejarán completamente la realidad. No hay forma de que lo hagan. Servirán
para mantenernos enfocados en nuestros objetivos; para que tengamos claro por
qué hacemos las cosas qué estamos haciendo, y para permitirnos contrastar
nuestros avances con lo que nos propusimos. Pero es claro que no podemos
dedicar excesivo tiempo a la planificación.
Es importante que
recordemos que hay un tiempo para todo.
Hay un punto en que planificar una y otra vez sólo provoca que sigamos haciendo
tareas administrativas en vez de hacer aquello por lo que nos ganamos la vida,
sin aportar valor significativo a nuestro trabajo. Hay un tiempo para ejecutar.
El tiempo de hacer.
Cuando se terminó la
planificación, es el momento de enfocar nuestras energías en poner manos a la
obra. En ese instante, es crítico confiar en nuestra planificación, y lo más
importante que nos aportó ésta: el conocimiento adquirido al elaborarla. Cada idea,
cada razonamiento y cada enumeración de pasos que dio forma al plan fue el
resultado de un esfuerzo intelectual que si no lo ponemos en acción habrá sido
realizado en vano.
Una vez que llegamos a ese
punto lo único que tendremos que hacer es sencillamente “actuar”. Todas
nuestras preferencias, nuestros valores, y las argumentaciones que dieron
origen a las acciones que se deben poner en curso están claras. Es importante
que no dudemos más y nos pongamos a hacer lo que ya decidimos.
Por otro lado, en
muchísimas situaciones tiene más sentido que se actúe con celeridad en vez de
elaborar planes muy precisos que no estén a tiempo para cuando deben ser
ejecutados. En este caso, nuevamente la orientación a la acción hace una gran
diferencia y nos permite alcanzar el resultado. Docenas de actividades tienen
este tipo de dilemas, tales como los ejércitos, los médicos (especialmente los que
se enfrentan a casos de vida o muerte en una guardia de emergencias) y los policías
entre otros. Pero si prestamos atención nos daremos cuenta que en muchísimas
situaciones es mucho más práctico y eficaz lanzarse a la acción con las dos o
tres ideas básicas de cómo resolver el problema (lo cual en esencia representa
un plan), que esperar a tener un documento que supuestamente garantice el
éxito. Lo concreto es que no existe un plan que garantice nada, y mucho menos
si éste no llega a tiempo para el momento de actuar.
Como bien decía el general
George S. Patton,
“Un buen plan,
violentamente ejecutado, es mejor
que un plan perfecto la semana siguiente.”
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Dejo el link que no ha quedado activo
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