¿Se descalabró tu organización personal? ¿Nada sale como lo planeaste?
¿Te cambiaron violentamente las circunstancias?
Si bien el
concepto de mantener el control sobre uno mismo no parece un tema de
organización y productividad personal, es de esas “habilidades” que tienen un
profundo impacto en tu eficacia. Es tanto un hábito como una actitud.
En esencia, perder la calma significa perder el
control sobre uno mismo. Y eso es algo que ninguna persona productiva y eficaz
hace.
Si pierdes el
control, pierdes de vista la perspectiva de la realidad que te rodea. La fuerza
de tus emociones se impondrá sobre tu razón, y actuarás de manera impulsiva. En
algunos casos, tal vez peor, ni siquiera actuarás.
Ambas opciones
son nefastas. La emoción juega un rol importante en nuestra actitud. Pero fuera
de control es como una fuente de energía desbocada que puede hacer volar en
pedazos todo a tu alrededor.
Lo más grave es
que es precisamente en los momentos más difíciles en los cuales necesitas tomar
las mejores decisiones. Y perder la perspectiva en esos momentos es como un
auto-sabotaje. Por una falta de temperamento terminarás por no lograr tus
objetivos.
Los momentos límite son como los llamados “momentos de la verdad”. Son esos instantes donde se definen tus éxitos o tus fracasos. Imagina que en el preciso segundo en el que estás por patear un penal dejas de observar la pelota. Puede que aciertes el tiro, pero aumenta enormemente la posibilidad de que la tires afuera del arco. Por pura desorientación.
Como bien decía
Epícteto:
“No podemos
elegir nuestras circunstancias, pero siempre podemos elegir la forma en que
respondemos ante ellas”.
Mantener la
calma es de hecho la forma en que te conviene responder siempre ante las
circunstancias. Especialmente cuando éstas son las más difíciles. Siempre te
dará una ventaja extra mantener la mente fresca y te permitirá observar
detalles que jamás verías en un estado emocional descontrolado. Luego las
decisiones sencillas serán obvias, y las difíciles sólo dependerán… de tu
estómago.
Eso que suele llamarse “tener estómago” es un reflejo
de una realidad del comportamiento humano. Una buena toma de decisión no sólo requiere
buena calidad de información, sino que también requiere una dosis de emoción. Decidir
no es un proceso exclusivamente matemático. Pero si decidimos con información
incorrecta casi seguramente decidiremos mal. Y cuando perdemos la calma, casi
seguro que la información que recibimos (la verdadera información, no sólo los
datos) tenderá a ser poca, de mala calidad y peor aún, mal evaluada.
Un detalle. Lo que tampoco debe ocurrir es que por mantener
la calma y pensar demasiado no actúes. Es un equilibrio delicado, pero
necesario y aún más: “imprescindible”. En algún punto debes decidir si tienes
una comprensión adecuada de la realidad. A partir de ese momento sólo resta
actuar.
Nadie dice que mantener la mente fría en
circunstancias difíciles sea cosa sencilla. Pero eso permite que las emociones
no nublen tu pensamiento. Y entender de la manera más cabal las condiciones
imperantes sólo puede lograrse cuando se tiene un buen control de las propias
emociones.
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