La gota que orada la piedra es
aquella que golpea siempre en el mismo punto. Alcanzar ese estado en el cual
enfocamos toda nuestra energía en la actividad que estamos realizando es un
hábito difícil de practicar en un mundo que nos inunda de interrupciones con
múltiples intereses en conflicto. Sólo con nuestros objetivos claros podremos
tomar con firmeza la decisión de mantenernos en la ruta fijada sin perder
tiempo con distracciones ajenas a nuestras metas.
Las
exigencias de un día atiborrado de tareas y obligaciones suele facilitar la
pérdida de enfoque. Es natural. Casi todo lo que llega a nosotros tiene algún
grado de importancia y no es difícil perderse en ese mar de intereses. Pero es
vital encontrar la forma de mantener nuestro rumbo, y para lograrlo hacen falta
algunas habilidades básicas.
En
primer lugar es necesario tener claros nuestros objetivos. Si uno no está muy
convencido de hacia donde va, es muy fácil salirse del camino. Pero sin
importar la ruta que elijamos y aún sabiendo que como dice Joan Manuel Serrat “caminante no hay camino, se
hace camino al andar”, es importante que
sepamos hacia donde pretendemos ir.
En
segundo lugar es importante que haya buenas razones para ir en esa dirección,
porque en caso contrario cualquier cosa que encontremos en nuestra travesía nos
distraerá y apartará del camino.
Por
último, debemos adquirir la capacidad de tomar la decisión de sostener nuestro
rumbo o cambiarlo según nuestros propios criterios. Así, cuando decidamos
mantener nuestra atención en algo que estamos haciendo lo haremos con la
confianza de que tenemos buenos motivos para persistir en la tarea entre manos,
y que sólo por buenos motivos saldremos de nuestra concentración.
Mantener
el enfoque es algo que nos resulta complicado cotidianamente. Las
interrupciones son como distracciones en nuestro camino que permanentemente nos
descarrilan. Hay que tener los objetivos muy claros para no dejarse llevar por
éstos estímulos que nos hacen perder continuidad.
A
veces no habrá más remedio. Sería necio intentar seguir avanzando si algo de
mayor prioridad requiere ser atendido. Y me refiero a algo “realmente más
importante”. Pero para poder tomar esa decisión rápidamente y con eficacia
tengo que tener en claro porqué hago lo que hago.
Es
importante también no poner nuestro foco completamente en el fin del camino.
Debemos poner foco en el proceso, no en el resultado. Si uno mantiene la
atención exclusivamente en los resultados, pierde concentración sobre las
acciones que lo llevan a esa condición. Imagínese pilotar un avión caza a 2000
km/h y usted trabajando con la mente puesta en el aeropuerto de destino,
pensando en todas las cosas interesantes que va a realizar cuando termine su
misión.
Si,
adivinó. Lo más probable es que se estrelle…
La
concentración debe estar puesta en los mandos de la nave y en los instrumentos
de navegación, para asegurarse que avanzamos en la dirección correcta y no se
pierden las condiciones operativas del vuelo. Y no es poca la atención que esto
le requiere al piloto. Extremo como es el caso del piloto de un avión
supersónico, es un claro ejemplo de donde debe poner uno la mente cuando está
trabajando en un proyecto. Precisamente en lo que le toca hacer “AHORA”…
En
resumen, desarrollemos el hábito de poner nuestro foco en lo que hacemos
“ahora”, para lo cual es necesario tener claras nuestras metas y prioridades así
como cuál es la tarea que nos toca hacer. Además debemos aprender a manejar con buen criterio las
interrupciones que recibimos. De esta manera podremos alcanzar nuestras metas
porque sabremos donde poner toda nuestra energía en el momento oportuno.
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