Cuando
uno se pone a pensar cuáles son las interrupciones aceptables, se encuentra con
que en realidad la mayoría de las veces son pocas las que merecen realmente que
dejemos lo que estamos haciendo. A decir verdad revisando un poco, encuentro sólo
dos excusas válidas para aceptar que una interrupción me saque de mi plan.
Tengamos en claro que
cuando recibimos una interrupción, se pone en juego el proceso de toma de
decisiones interno. Y si no tomamos la decisión, el mundo exterior nos la
impondrá a pesar de nuestros planes. Así parece que lo mejor es que analicemos
si aceptar o no la interrupción de la mejor manera posible.
Si alguien nos interrumpe,
está claro que para esa persona el problema justifica la interrupción. A nadie le
gusta quedar como un molesto ni anda por ahí perdiendo su propio tiempo en
sacar a otros de su trabajo. Su personal percepción del valor de la necesidad
puede no coincidir con la nuestra. Y aquí por supuesto es donde empiezan los
conflictos.
Debemos recordar que las
valoraciones son “siempre” subjetivas. No hay una categorización universal de
prioridades, ni las que existen son fijas e inmutables. Estamos hablando de un
escenario que en esencia es caótico, y que en última instancia se va a resolver
de una u otra forma por medio de una negociación directa o por efecto del poder
relativo de las partes.
Así que lo primero que uno
debe hacer al momento de recibir una interrupción es decidir si la misma
justifica el apartarse de lo que uno está haciendo.
La primera excusa aceptable
es que algo sea prioridad absoluta. Algo tan urgente e importante para el grupo
o para mis propios intereses que no quepa ninguna duda que todo lo demás debe
ser dejado de lado. Esto ocurre con cierta frecuencia sin duda, pero no es ni
debería ser la regla.
La segunda excusa que
podemos considerar es que lo que se me solicita pueda ser resuelto en menos de
dos minutos. La verdad es que ponerse a discutir con alguien o tener que pasar
por decirle que ahora no lo podemos atender cuando lo que nos pide puede ser
resuelto en menos de dos minutos no justifica el esfuerzo y la energía
necesarios para sostener una negación.
Si la respuesta es que no,
lo siguiente es entender las posibles consecuencias o repercusiones del decir que “NO”.
Ustedes me dirán que si ya
decidí que la interrupción no es lo suficientemente importante como para
aceptarla es porque ya evalué internamente las consecuencias. Bueno, es cierto
hasta un determinado punto. Porque mi primera evaluación de la importancia casi
siempre va a estar relacionada con la ejecución de mis planes y los objetivos
que me propongo alcanzar.
Lo que digo es que muchas
veces necesitamos hacer una segunda pasada, para entender las consecuencias de
decir que no. Esas que a primera vista son independientes de nuestros planes
pero que en forma indirecta pueden terminar afectándolos. En última instancia
siempre voy a evaluar esas consecuencias en relación con mis intereses, pero es
más común de lo que parece tener que aceptar una interrupción simplemente
porque la cadena de eventos que se pueden disparar detrás de una negación
afectará mi actividad en mayor o en menor medida.
El ejemplo más obvio es el
típico jefe que interrumpe con una tontería (o que al menos nosotros evaluamos
su interrupción así) que va incluso en contra de sus propias directivas. Por
más que el aceptarle la interrupción no sea correcto desde el punto de vista de
los objetivos (incluso de los del jefe), el no aceptarle la interrupción no es
opción porque en una segunda pasada de análisis sabemos inmediatamente las
consecuencias de no responder un pedido suyo.
A veces esto pasa con
clientes difíciles, compañeros de trabajo ineficaces en posiciones de poder o
incluso ciertos familiares o amigos.
Lo que es verdaderamente
difícil de sostener es que una diga “ahora no puedo”, y ni siquiera escuche lo
que le tienen que decir. En el mejor de los casos se pueden preparar barreras
físicas, que aunque limiten no sean imposibles de saltar como cuando nos
apartamos a un espacio algo más aislados. Pero tampoco podemos hacer eso
demasiado tiempo, porque pocas vidas pueden darse el lujo de escapar de la
realidad mucho tiempo sin consecuencias adversas.
Como decíamos
anteriormente, sólo existen dos posibles casos de interrupción que tiene
sentido aceptar. Cuando la urgencia e importancia de la misma es relevante a
mis objetivos e intereses, y cuando resolverla me toma tan poco tiempo que no
se justifica sostener la negación. Para todos los otros casos, un “NO” dicho de manera amable o una rápida negociación para postergar la
interrupción a conveniencia mutua parecen ser las opciones más recomendables
para continuar nuestro camino.
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